Lunes
Después de mucho tiempo y con gran
somnolencia navegué de vuelta, de norte a sur… y ayer a las ocho de la noche
pasé del barco a una lancha que me condujo al puerto de Goya, pueblo pequeño,
tres mil habitantes, en la provincia de Corrientes.
Uno de esos
nombres que a veces, al verlos en el mapa, excitan nuestra curiosidad. ¿Por qué?
Por no ser interesante, porque nadie viaja a ellos…¿Goya? ¿Qué puede ser eso?
El dedo cae en un nombre: una aldea en Islandia, un pueblito argentino… y nos
tienta el deseo de ir a conocerlos.
Miércoles
Goya,
pueblito llano.
Un perro,
un bodeguero en el umbral de una tienda. Un camión rojo. Sin comentarios. Incapacidad
de glosarlos. Las cosas aquí son como son.
Jueves
La casa
donde vivo es amplia. Es una antigua y digna residencia de un estanciero de la
región (porque estos estancieros tienen por lo general dos casas: una en la
estancia, otra en Goya). Un jardín lleno de cactus mastodónticos.
Aquí me
tienen. ¿Por qué aquí? Si alguien me hubiese dicho hace años en Maloszyce que yo
iba a estar en Goya! .. Por la misma razón que estoy en Goya podría estar en
cualquier parte. Todos los lugares del mundo comienzan a pesarme, a hastiarme
reclamando mi estadía en ellos.
Paseo por
la plaza Sarmiento en un anochecer azul. Extranjero exótico para ellos. Y al
fin, a través de ellos me vuelvo ajeno a mi mismo: me estoy haciendo a mí mismo
visitar Goya, como si fuera una persona desconocida la detengo en la esquina, la
siento en una silla en el café, la hago cambiar palabras sin importancia con un
interlocutor casual y escucho mi voz.
Fragmento de Diario argentino, Vitold Gombrowicz
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