jueves, 7 de noviembre de 2013

La mecánica de los días, de Melisa Papillo (Literatura, Poesía)



Por Pamela Neme Scheij.

“Y llevarse el resto para explorarse a uno mismo” declara el último verso de La mecánica de los días de Melisa Papillo, como cierre de un libro y aparente continuación del crecimiento poético, personal. Un cierre de etapa, que desmiente los cierres y sabe de la continuidad inevitable con que se madura y se nombra, entre el despojo y el duelo, cada aprendizaje.

Al leer este poemario, hay conceptos que se vuelven espalda de las imágenes simples, de la letra cercana, conceptos como: miedo, mandatos, amor, superficialidad, vergüenza, inconsciencia, negación de la inconsciencia, libertad. Cómo no imaginarse varios monstruos acorralados en una escritura obesa, de reflexiones macizas. Sin embargo, eso, justamente acá, no. Sólo abrir estas tapas rojas y negras para hallar que la poesía aún puede ser un pasadizo hacia la verdadera  comprensión de todas las existencias. Melisa Papillo aborda esas experiencias con las cuales nos sumergimos en la vida y emergemos de ella, a partir de la certeza y el silencio de quien desea nacer desde su propio cuerpo, de quien cree que eso es posible y hasta necesario a través de la poesía.

La mecánica de los días erige su interior en dos partes, en veintidós poemas, en dos ilustraciones removibles como fotos de álbumes antiguos. Allí, la sutileza más acertada con que pronunciarse a uno mismo: “El primer sentimiento de mi vida funda/ la génesis de una cadena/ de otros sentimientos. / El miedo/ a todo lo que estuviera fuera de mí/ y sobre todo dentro”. Así se presenta esa mecánica de los días que funcionará para activar al yo del final, quien aprendió de tanto apretar los dientes y se va para explorar.




La fundación emocional de la vida en el miedo, el mandato familiar de “esconder en la despensa/ lo que se come/ y guardar en el fondo/ lo que alimenta de verdad”, el miedo, entonces, a anunciar abiertamente lo que se vive, lo que fluye entre los escollos de la propia memoria: “todos tenemos un recuerdo/ que hace apretar fuerte el puño contra un hueso/ y pregunta ¿por qué?/ los guardé con la vergüenza de que salgan”, puja por desatarse desde el centro de estos poemas. Sin embargo, ellos no quedan atrapados en una valoración sobre la génesis del ser, ni en su maduración primaria; de ahí disparan a una búsqueda introspectiva que se alimenta de un afuera cotidiano y enorme, tan íntima y exacerbadamente como las personas sentimos desde nuestro adentro nuestro afuera.

De manera precisa y en línea con el tono sencillo, se recortan las historias de amor de dos como una percepción de lo que son: “Si me quedo con vos/es porque me enseñaste a robar/las bolsas del supermercado/y todavía confío en el juego que hacemos/de cerrar los ojos y que me guíes en la calle”, de lo que podrían haber sido: “creí verte entrar en la casa llena,/nuestros hijos correrían/vivos por esa mitad que dejaste”, o de lo que podrían ser: “Todos nos asomamos desde lugares/ que todavía no nos pertenecen”. Especialmente, de esa experiencia del amor para el sujeto que busca recrearse tras la espera y la resignación: “Fui sacando las letras de entre mis dientes/los espacios de mis muelas/y te armé este poema/para que sepas/que aprendí algunas cosas”.

En La mecánica de los días ocurre el mundo adentro y afuera; el propio de un yo que nombra, que recuerda, reflexiona y fantasea, el mundo que capta a los lectores hasta la puntita más escondida de nuestra espina.




Hace pocas semanas, en una tarde de poesía en una universidad del conurbano, leí en público la mayor parte de los poemas de este libro sincero y, al terminar, me pidieron, con ese tipo de ansiedad alegre que resalta las miradas, si podían verlo y tocarlo. Mientras lo hacían, percibí ciertas expresiones corporales que no podría explicar, sólo recuerdo una voz femenina que dijo: “gracias por leer esto, me llegó a un lugar que me hizo llorar”. Y yo confirmé elevando el pecho, en mi silencio más asertivo, que la poesía es aún un impulso exploratorio, una piel cálida que ofrece, desinteresada e instantáneamente, la comprensión.


Autora: Melisa Papillo
Editorial Simulcoop

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